Las Madres Adoratrices, Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad, llegaron a Ferrol en 1958, 14 años después de la fundación de la orden religiosa. Se instalaron en la antigua capilla de San Roque, según explica Ana Martín en el reportaje “Puntadas de Fe” -publicado en la revista “Pasión Ferrolana”, editada por COPE Ferrol- para dedicarse a “la adoración, la alabanza y la reparación del Santísimo Sacramento del Altar”. Para sostener la vida contemplativa realizan tareas de costura y bordado para la Iglesia y a lo largo de los años han establecido, a través de sus puntadas, una sólida relación con la Semana Santa de Ferrol.
El trabajo y la constancia son sello de identidad de estas mujeres. “Hábitos, capuces bordados, estandartes y pendones” e incluso el palio blanco que lucía la Virgen de la Soledad, explica Martín en su texto. Las Madres Adoratrices son las artífices de mantener en buen estado o recuperar maravillosos mantos, piezas con bordados…etc. Muchos de los trajes que llevan las imágenes de la Semana Santa tienen un valor incalculable, pues en la mayoría de casos, además de la antigüedad de las prendas, estas están fabricadas con materiales de gran calidad. Lourdes Fernández, especialista restauradora del patrimonio textil andaluz, indica que “hay que concienciar más en relación a la calidad técnica de estas piezas, a su valor, el respeto por el original y por sus creadores”.
El conjunto de hábito y manto que luce la Virgen de la Soledad lo adquirió en 1861, Vicente Boado de la Cuadra, capitán de navío y segundo jefe del apostadero filipino. Es una de las piezas que estas monjas han cuidado y recuperado con su trabajo. Los bordados orientales del siglo XIX tenían grandes volúmenes y se elaboraban con hilos de oro de diferentes grosores, aplicaciones y lentejuelas, asemejando filigranas y pasamanería. Para la historiadora Carmen Eisman Lasaga, que también menciona Martín en su reportaje, tener un producto elaborado en China o Filipinas “era sinónimo de estatus y diferenciación para quien lo poseía”.
Ana Martín habló con tres de las religiosas que viven en San Roque, las hermanas, Magdalena, Felisa y Basilia. Ellas ingresaron muy jóvenes, en una época en la que los conventos recibían a muchas niñas que decían sentir vocación, aunque la mayoría no cuajaban finalmente. “La vocación nos la da Dios, pero también el trabajo y la constancia”, resaltan estas Madres Adoratrices, quienes poco a poco desde su entrada a la congregación fueron convirtiéndose en auténticas maestras de la costura y el bordado.
A pesar de la idea de mundo obsoleto y alejado de la actualidad que se puede tener sobre un convento, las mujeres que aquí habitan se desenvuelven con gran soltura con la “happy”, una máquina bordadora conectada a un ordenador. Aunque la preparación previa es ardua, gracias a esta herramienta los trabajos pueden ser replicados posteriormente con facilidad.
Cuando crean diseños propios los comparten con las otras casas del Instituto, porque “el sentimiento de comunidad es total”, resalta Martín. Además, cuentan con un fondo común donde donan los sobrantes de cada institución y del que les envían lo que precisan. El ambiente de paz y hermandad reina en la congregación, donde la riqueza humana también se reparte, intentando que todos los conventos cuenten con un número equilibrado de hermanas.
EL ORIGEN
La historia de esta orden comienza en 1944 de la mano de María Rosario Lucas Burgos, una andaluza nacida en el seno de una familia de clase media. Solo la fe consuela a esta mujer, que tras ingresar como monja a los 18 años deseaba dedicarse a la exclusiva adoración del Santísimo, pero sus buenas dotes como maestra retrasan ese momento. Después de la Guerra Civil, y ya habiendo abandonado su congregación, va a Málaga a buscar apoyo en el prelado, donde el obispo recoge la petición y confirma el nacimiento de “Pía Unión de Hijas de la Iglesia”. En 1944 inauguran su capilla y visten sus primeros hábitos. Dos años más tarde se trasladan a Granada junto al obispo, y fundan allí su Casa Madre. Finalmente, en 1948 se consigue establecer la Nueva Fundación, en la que 12 religiosas erigen públicamente sus votos, tantas como apóstoles hubo. Y se nombra a Rosario, Superiora General del Instituto.
A pesar de vivir en clausura consiguieron ir expandiendo su orden por España y Latinoamérica, siendo posteriormente renombradas por el Decreto como “Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Inmaculada”, remarcando en sus constituciones la dedicación eucarística. A pesar del fallecimiento de Rosario en 1960, a los 51 años de edad, la congregación ha podido continuar con su obra contemplativa hasta la actualidad.